Villanueva de los Infantes, pueblo monumental que, años después, se vinculó a La Encomienda. Por algún asunto relacionado con el expolio de palacios de los 'Infantes' |
El día siguiente, de buena hora, Teodoro trasladó a los novios al aeropuerto de Barajas, donde tomarían un vuelo a Palma de Mallorca, allí iban a gozar de su luna de miel; el destino había sido elegido por Demetrio, éste no quería oír hablar, como le había sugerido Eulogio, de visitar a la familia de Quintanilla, mucho menos en uno de los coches de la familia. El viejo Renault 7 ya no arrancaba, casi abandonado del todo; lo que tenía muy enfadado al ‘chincheta’, puesto que se alargaban en el tiempo las visitas del Eulogio, ocupado por su matrimonio y a la espera del lugar prominente que le dispensara su suegro dentro de la estructura familiar. El ‘chincheta’ estaba dispuesto a utilizar su último cartucho y esperó paciente la vuelta de los recién casados, protagonistas en su sucia mente de imágenes sexuales que excitaban a este pobre diablo en demasía.
No habiendo ocurrido nada de relevancia durante la primera noche, al estar Eulogio ebrio del todo y limitarse a un cubrimiento de aquella gacela entristecida, y que esparció de súbito presto su semilla por el vientre de la muchacha que obligó a ésta a levantarse del tálamo adornado para la ocasión y lavarse de buena gana aquella viscosidad que lucía repelente en forma de manchones. Algo brilló en su mente y le animó sobremanera; al amanecer, medio resacoso todavía, el varón, ella tiraría de sábanas, por recato (diría más tarde) al estar manchadas de sangre y resultar ofensivas a la vista. Ello a pesar de que no había sido penetrada, algo que no sería discutido por el novio por cuestión de hombría y por su estado de embriaguez notoria, ya que todos pudieron verle trastabillando al subir las escaleras que conducían a la suite nupcial del hostal, la que siempre ofrecían a los recién casados que celebraban el convite en “Zagala”; suite a la que tenían una especial aversión casi todas las empleadas que, en muchos casos, contemplaban, además de semen y sangre desparramados, rastros más que evidentes de llanto en fundas de almohada. Isidra les tenía ordenado que no mezclaran aquella ropa con el resto y aumentaran la cantidad de lejía en el lavado con agua muy caliente. Y Mercedes había logrado salido airosa de una situación complicada.
Javier abandonó el servicio a mitad del banquete, alegando que sentía bascas y fingiendo que había vomitado, retrasándose en la limpieza de los servicios comunes por higiene. Nadie dio la menor importancia a la escapada del camarero, pendientes, como estaban todos, de brindar con deseos de felicidad dedicados a la nueva pareja de casados. Demetrio, impávido, asistía al evento rodeado de sus nietos, que le hacían mimos y carantoñas, agradecido el patriarca, pero con su mente muy lejos de aquella estancia engalanada. A media tarde dio instrucciones para que se invitara a champán y un pedazo de tarta a los huéspedes del hostal, conforme fueran llegando de su viaje o de sus tareas y negocios en los pueblos de la comarca. Tan solo María, la esposa de Emilio, se percató de que algo iba mal; ella conocía bien a sus empleados, y éste en concreto, Javier, no solo disfrutaba en los servicios de bodas u otros eventos festivos, sino que permanecía atildado hasta el último momento, y hacía frecuentes viajes al baño, no para vomitar, sino para repeinarse y acicalarse, lo suyo era un muy buen servicio y ligero coqueteo con las invitadas, que a veces le era devuelto. El muchacho era, clarísimamente, un narcisista.
María se afanaba en colaborar con sus empleadas en devolver a la normalidad el trabajo en el hostal, en volver a lo cotidiano; en su mente, además del viaje a las Baleares de su cuñada, trataba de revivir en su mente escenas de la boda, de forma particular las correspondientes al banquete; recordó a su esposo flirteando con la hermana de Eulogio, una ordinaria que les atronaba con sus salidas de pata de banco que trataban de resultar jocosas, pero dotada de unos pechos enhiestos y henchidos cual bocoy repleto de mistela; entre ellos un canalillo que se perdía en un pozo insondable, era su cara sana como una manzana verde, pero con alguna zona de vello entre dorado y madera y algún pelazo negro que estropeaban el conjunto.
El viaje a Mallorca fue un completo desastre; iban a pensión completa y todo pagado en un hotel de lujo del paseo marítimo de Palma, en los dos primeros días Eulogio gastó en ropa, para él mismo, todo el dinero que les había dado, en sobre cerrado, Demetrio; Mercedes tuvo que pedir más efectivo a su padre, que les envió un giro postal urgente; con ello pudieron terminar la semana y realizar algunas compras para la familia. En cuanto a la coyunda, desde la primera tarde, Mercedes comprobó con qué especie de animal se había casado.