sábado, 29 de septiembre de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (041)

Ayuntamiento de Motilla del Palancar

Estos chalets construidos en parcelas adquiridas a la familia Expósito, disponían también de pozos de agua ilegales y algunos obtenían electricidad tomándola directamente de los postes y torres de la luz más cercanos. Y obtenían subvenciones por cuatro olivas y un majuelo. El filón que había encontrado el ‘chincheta’ tardó poco en ser sepultado por muy determinadas fuerzas de la reacción; en aquél año de 1975 los comunistas seguían en la clandestinidad, y es un concejal de derechas, familiar de alguno de los responsables del PCE, quien sugiere a su pariente que acallen al ‘chincheta’ por el bien de todos, y, dicho y hecho, el encierro del jefe del clan de “Zagala” pasó a la historia, y el bacín mecánico dejó de ser bienvenido en el hostal, al tiempo que vituperado por sus compañeros de partido, deseosos de permanecer tranquilos e inactivos a la espera de una pronta legalización e informados de que el individuo era acosador. 

Conforme transcurren los meses Demetrio ya es consciente de que el régimen franquista está siendo dinamitado, aunque ello no es totalmente cierto, ya que los pasos que han comenzado a darse son más propios de una reforma pactada que de una ruptura, y menos de la vuelta a un sistema republicano. Los comunistas, ilusionados algunos y exaltados los más, se dirigían, sin saberlo, unidos, a la derrota final. Lo que Franco no consiguió lo hizo la democracia, que, tras las primeras fiebres y júbilos condujo al Partido Comunista al ostracismo político, reducidos al papel de tontos útiles, necesarios para adornar la Transición, de forma que ésta fuera aceptada en el concierto de las naciones occidentales. 

Para Demetrio todo este encaje reformista era algo así como música celestial y decidió seguir con medidas de protección, que consistían en pasar lo más desapercibido posible y controlar con mano férrea el desmadre de sus hijos y empleados; más interesados los primeros en la adquisición de grandes automóviles, como correspondía a su estatus de nuevos ricos así como a perseguir a las muchachas ocupadas en la limpieza del establecimiento y cuidado de la lencería, cubertería y vajilla. Se decidió por amueblar los pisos adquiridos en La Encomienda por su hijo Diego y obligar a todos ellos a vivir fuera del hostal, donde podrían seguir comiendo y cenando, algo que resultaba lógico por los horarios extremos a que venían obligados. 

Rita convenció a hijos y nueras, incluido el yerno, sobre las bondades de residir en el pueblo, eran ya cuatro los nietos, y algunos acudían a la escuela pública y de cara al futuro veía muy positivo el hecho de que se relacionaran con otros infantes, algo que no consiguieron nunca, a pesar de tan denodados esfuerzos por parte de la matriarca. Se ha de tener en cuenta que Demetrio no estaba de acuerdo, en su fuero interno, con la idea de apertura de miembros del clan hacia los vecinos de La Encomienda; temía los efectos devastadores de la envidia, que podía cebarse en sus orígenes de bastardía y obligada orfandad, ello sin tener en cuenta los otros episodios macabros de su juventud. 

En cualquier caso, tres hijos, Isidra, Diego y Emilio pasaron a ocupar los pisos de su propiedad en el casco urbano de la localidad. Mercedes, soltera, quedó bajo la custodia de los padres, feliz en extremo por poder continuar, a cualquier hora del día o de la noche, su relación amorosa con Javier el camarero, que, a pesar de admitir su enamoramiento, no le hacía ascos a cabalgar a las otras muchachas, ya que resultaba fácil manosear sus cuerpos, cubiertos de una simple bata con botonadura, y llegar a la penetración rápida con las más decididas, que se veían recompensadas con paquetes de alimentos que el muchacho distraía de aquellas grandes neveras y de las fresqueras y despensas exteriores, aquellos cuerpos velludos y tersos eran para el chico montañas de placer, con ellas no se andaba con remilgos y a menudo conseguía, a pesar de las prisas, transportarlas a una especie de clímax al que ellas no estaban acostumbradas, quizás por aquél pico de oro que acompañaba a la penetración vaginal a través de sus oídos. 

Demetrio, ajeno a este desmadre laboral y sexual, que venía a significar que lo mismo se metía la mano en la caja que en la faja, que acontecía en sus dos establecimientos, hizo varios viajes a Madrid, en su Pontiac Trans de 1974, ese modelo pesaba 1800 kilos y era del gusto del patriarca de “Zagala”; visitas en las cuales recibía información, no siempre bien contrastada, que le llevaba a pensar en una continuación del franquismo, que era una mera entelequia.