domingo, 16 de septiembre de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (037)

Ayuntamiento de Socuéllamos

La Iglesia local venía aceptando reformas impuestas por el Concilio Vaticano II; las cuales hacían referencia a la utilización de lenguas vernáculas, con abandono del latín; a esto último eran contrarios estos curas trabucaires, que se encontraban a gusto entre latinajos que nadie entendía; la bajada de los púlpitos para igualar al pastor con su rebaño en la medida de lo posible, más bien imposible en estos predios; hacía tiempo que los sacerdotes celebraban la Eucaristía de cara a los feligreses, pero se negaban a identificar comunión y comunidad, cercenando así cualquier posibilidad de mejora de la identidad del ciudadano vecino y, por ende, de su sentido de pertenencia a su propia comunidad, factor clave de progreso y al que debe aspirar cualquier comunidad. El Vaticano II no pasó por Castilla La Mancha, sabía que no era bienvenido. 

La idiosincrasia de la Iglesia local, nos referimos a la región de Castilla, estaba perfectamente contrastada, aceptada y apoyada por sus obispos, en esta especie de Tíbet integrista en el que se mantenían a la espera de tiempos mejores; curiosamente, el General Franco apostaba por una cierta transformación; el desarrollo y la modernización económica e industrial constituían sus prioridades, de forma tímida eso sí; quizás podríamos sugerir que el lastre, pesado, como se vio y vivió décadas después, de esa Iglesia integrista, alejó al Caudillo de las Españas de estos páramos, y su alejamiento a excepción de su afición cinegética, no fue positivo para nuestras perentorias necesidades de industrialización y aggiornamento, que fue el vocablo rey en el Vaticano II. Más adelante cotejaremos estas opiniones con la realidad del socialismo rampante, que apareció ocho años después y se adueñó de la región para décadas. También de la mano de párrocos locales y obispos de esta región, situación que, todavía hoy, sigue llamando la atención en la España de progreso. 

Franco creyó siempre en la posibilidad de que los cambios sociales y económicos fueran de la mano con una religión de corte teocrático y tradicionalista, de forma que sus parámetros de corte social y la religiosidad se mantuvieran incólumes; al igual que los soviéticos, solo que éstos querían juntar el desarrollo social y económico con el sentimiento antirreligioso. En ambos casos pecaron de ingenuidad, aunque el soviet se mantuvo más años en el poder, como es bien sabido, si bien es cierto que el apoliticismo del sucesor Juan Carlos, permitió que, cuatro décadas después, el atado y bien atado sea una constatación a los ojos de muchos analistas políticos. 

La democracia nacida de la Transición española no solo condonó a los franquistas cual deuda del pasado, sino que les permitió mantenerse en su interior, para desde ese útero democrático mantenerse en el poder, bien que disfrazados a los ojos de la ciudadanía; accedieron al poder políticos falangistas de última generación, entreverados con socialistas ingenuos y otros de su ralea que no supieron ver, a pesar de su gran tamaño, el caballo de Troya que no era otro que el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), desaparecido a los ojos de la resistencia contra el régimen franquista y aparecido justo en 1975, cual virgen entre peñascos y justo a la muerte del Dictador. Establecieron sus cuarteles de invierno en el sudoeste peninsular, en las vastas extensiones de Castilla La Mancha, Extremadura y la Andalucía interior y en la Bética; y sus vanguardias afrontaban la tarea del llamado cambio allende Madrid, para rendir pleitesía a vascos y catalanes nacionalistas, a la espera de contar con su apoyo político; bendición en el caso de los vascos. 

En el verano de 1975 la economía de La Encomienda había mejorado sustancialmente, pero se trataba de una mejora pírrica, la crisis petrolera de 1973 había dado al traste con el amago de recuperación económica, muchos vecinos no vieron otra solución que vender sus tierras a los agricultores de pueblos de la misma comarca, que no dudaron en comprar la práctica totalidad del campo radicado en la Encomienda. La población floreció como no lo había hecho a lo largo del siglo y se convirtió en una pequeña ciudad de servicios, lo cual equivaldría, en versión circense a un triple salto mortal, ya que se pasó del sector primario o agrícola al terciario o de servicios sin solución de continuidad a través del secundario o industrial. Se pagaría muy caro, y a no mucho tardar, exactamente una década después, La Encomienda iniciaría lentamente su decadencia económica y social, de la mano de gobiernos de corte socialista, que no eran tales.