domingo, 23 de septiembre de 2018

La Saga de La Encomienda por Martín L Fernández-Armesto (040)

Palacio de "Fuensalida", que para Cospedal fue "inmediata"

Segunda Parte 


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En los primeros días del mes de noviembre de 1975 la enfermedad del Caudillo empeoraba, y llegó a ser de suma gravedad, los médicos del equipo que atendía a su Excelencia, conocidos en la prensa como el equipo médico habitual, y dirigidos por el yerno de Franco, el Marqués de Villaverde, llegaron al encarnizamiento terapéutico, que llevó al enfermo a pronunciar aquella frase que se hizo famosa: ¡Qué duro es morir! que recorrió las redacciones de los periódicos de medio mundo, todas ellas habían destacado corresponsales en Madrid, por la trascendencia del caso, ya que nada se sabía acerca del proceso de Transición, que sería pilotado por el Príncipe Juan Carlos, personaje imprevisible, ordenado y conservador en su función pública de representación, pero audaz y liberal en su vida privada, como era de todos conocido, aunque nunca publicado por la prensa del Movimiento. El príncipe don Juan Carlos era un ‘bon vivant’ y España entera contenía la respiración a mediados de aquel noviembre. 

El día 20 fallecía a la edad de 83 años, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, después de sufrir una larga enfermedad, ya que ese mismo Dios negó una muerte dulce a quien tanto sufrimiento había provocado; su hermana Pilar llegó a decir: “Mejor hubiera sido para España y los españoles que mi hermano Paquito hubiera sido fontanero’. Si la medicina se empleó a fondo para intentar prolongar su vida, la Iglesia no quiso ser menos y la parafernalia de su velatorio, funeral y entierro, no desmereció de la de los Reyes Católicos, de hecho la superó. Para el entierro del Caudillo no hubo necesidad de contratar plañideras, casi toda la ciudadanía lloró, algunos forzados por sus circunstancias, a la muerte del Dictador. Se le mantuvo con vida hasta el día 20 para hacer coincidir su óbito con el de José Antonio Primo de Rivera, asesinado 39 años antes en Alicante, un 20 de Noviembre de 1936. 

En “Zagala” la desaparición de tan insigne figura tuvo consecuencias; la más curiosa fue la desaparición de Demetrio, que permaneció durante tres días encerrado en su dormitorio, con la escopeta al lado y dos o tres cajas de cartuchos, alimentado y a un tiempo consolado por Rita, su querida esposa; todo lo cual llegó a ser de dominio público gracias al ‘chincheta’, cliente habitual de la cafetería, por su trabajo en un taller mecánico próximo a “Zagala”. 

El ‘chincheta’ era un conocido comunista que, actualmente, milita en la derecha y estaba obsesionado con Demetrio y familia, habiendo llegado a recabar información sobre ellos a sus conmilitones de Quintanilla; al mismo tiempo era un sátiro encelado con las empleadas del hostal, donde almorzaba a diario y astuto como era, amen de avispado por el vino, conseguía información de aquellos camareros a los que, de vez en cuando, arreglaba bicicletas y motos de segunda o tercera mano de forma gratuita, que aquellos le compensaban en los almuerzos cotidianos. En aquellos días el ‘chincheta’ bien se holgaba por haber conocido muchas cosas, siendo la más importante de ellas el encierro del jefe Demetrio en su aposento y el trajinar de su esposa, llevando y trayendo tazones de caldo y pan recién hecho, para alivio del encerrado con sus fantasmas, también para una adecuada alimentación, los achaques ya hacían mella en Demetrio, no en vano superaba de largo la cincuentena. 

El ‘chincheta’ era un bacín (chismoso y a la vez chivato), expresión utilizada en la comarca, muy dados sus vecinos a averiguar y bacinear, todo ello consecuencia de la desconfianza hacia el foráneo, a lo que debemos añadir la envidia, una verdadera pandemia en la España del subdesarrollo; éste era el personaje siniestro que acudía hasta dos y tres veces por día a “Zagala”, desde su taller, próximo al hostal, bien cierto es que nunca consiguió enredarse con empleada alguna. 

Tal y como Demetrio había previsto cuando invirtió su fortuna en aquel páramo La Encomienda se expandió en aquella dirección; talleres de automoción, empresas pequeñas y medianas de almacenaje y distribución de paquetería; algunos falsos chalets, disfrazados de casillas de campo, en las que no había ningún apero agrícola y sí grandes explanadas ajardinadas y piscinas para solaz de aquellos falsos agropecuarios, ocultas a la vista por altos setos y vallas.