Ayuntamiento de Cuenca |
Demetrio aprendía rápido el oficio de cocinero, se daba buenas mañas y se sentía espoleado por su suegro, hombre activo y puntilloso, un perfeccionista de lo suyo que vigilaba el menor detalle de cada comanda que salía por aquel ventanuco al comedor; sabedor como era de que aquella gracia y primor en la decoración de sus platos se vendría abajo en la mesa de aquellos clientes, hombres rudos dedicados al menudeo entre los pueblos de la comarca y que eran más de cucharón que de forquilla y cuchillo, presentes junto a los platos y que, de necesitarlo, preferían el uso de sus navajas, normalmente de buena calidad, que Antonio vendía, un poco a escondidas de los alguaciles, buenas facas que le traía un viajante de Albacete, a pesar de ser mercadería controlada por las autoridades, bien que incapaces de marcar prohibición, para no enfrentarse con los agricultores, para quienes constituían herramienta y no arma de ofender o agredir. No obstante, Teo, ayudada a veces por Tomasillo, fregaba aquellos cubiertos aunque no hubieran sido utilizados por los comensales, propicios al eructo y expulsión de esputos, sin miramiento alguno por la cubertería o mantel ni tan siquiera por el resto de comensales.