Lagun
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Quiteria llegó a casa de los hermanos a mediodía, Demetrio se encontraba solo y nervioso, como un animal enjaulado, pensó su madre, y enseguida se abrazó a ella, rogándole que se sentara a los pies del jergón, en la cocina preparaba la comida y había mandado a Tomasillo a por pan y unos pimientos rojos.
- ¡Madre!, la Rita espera un hijo y ese niño es mío, como que hay Dios, ayer el padre me tiró de la bicicleta, no se ha estropeado más que un raspón, y me echó fuera de la taberna.
- Demetrio, ¡hijo mío! es razonable la reacción de ese padre, pero tienes que hacerte perdonar y aceptar a esa criatura si la maternidad llega a buen fin, es buena gente; don Anselmo así lo reconoció cuando le pregunté, al saber que cortejabas por lo formal con la hija, pero debes saber que tuvieron otra hija que murió al poco de nacer, de la tosferina, me creo que fue la enfermedad, tenía menos de un año. Y ahora, vas tú y preñas a su hija querida y tan protegida por ellos.
- Quieren que me presente en la casa esta tarde, trajo el mandado la muchacha, Teo, creo que le dicen, pero no traía gesto de enfado o preocupación, Tomasillo la trató con mucha corrección y le acompañó a casa de ellos, donde mora, que la noche es muy peligrosa en estos tiempos, anda gente nueva por el pueblo y duermen junto a los establos municipales.
Quiteria abandonó la casucha de sus hijos, después de apremiar al mayor para que se comportara con toda corrección con los padres de Rita y escuchara atentamente a la muchacha si le dejaban hablar con ella, antes de marchar abrazó a Demetrio con toda su fuerza y le dijo que pensaría en él y en la que llamó novia a la espera de sus noticias.
No habían dado las cuatro en la torre de la iglesia y ya estaba Demetrio lavado y repeinado en la puerta de ‘Casa Antonia’, por la otra puerta, la que daba acceso a la vivienda, se asomó Rita que llamó al muchacho, indicando que podía entrar en la casa. Hacía mucho frío y Demetrio vestía cazadora y botas camperas, amenazaba lluvia y había acudido andando, al recordar la humillante descabalgada de la bicicleta propinada por Antonio, justo el día anterior.
En el interior, mientras la madre permanecía sentada, en aquella posición ya clásica, de brazos recogidos en el regazo, esta vez escondidos bajo una colcha de punto, el padre de Rita, Antonio, se movía inquieto en el reducido espacio de aquella salita de estar donde hacían vida. Rita se colocó junto a su madre, de pie, haciendo un esfuerzo por mantener la dignidad perdida, a los ojos de sus progenitores.
- Demetrio, siéntate en esa silla, masculló Antonio, señalando una silla de asiento de mimbre junto a la puerta; nuestra hija dice que os queréis, pero eso no es suficiente, aunque es cierto que las circunstancias apremian, su madre y yo queremos saber si estás dispuesto a casarte con Rita, si ese es el caso seguirás trabajando aquí, con un sueldo magro, pero que entiendo suficiente, ya que viviréis con nosotros y los alimentos están garantizados; podrías llevar comida a tu hermano menor y ejercer su cuidado como hasta ahora, mientras el chico prepara su futuro, con ayuda también de vuestra madre, imagino.
- Vengo más que dispuesto a pedir a Rita que case conmigo y cuento con el permiso de mi madre, desde esta misma mañana, solo quiero escuchar de boca de su hija que ella también lo quiere; lo dijo de seguido, lo llevaba bien aprendido; y puedo llevar las amonestaciones a don Julián, añadió, Demetrio se refería al cura párroco, un buen hombre que trataba de sobrellevar la situación de terror que se había instalado en Quintanilla, el problema, pensó, llegaría con la obligada confesión, porque no pensaba confesar los terribles pecados que venía cometiendo en nombre de la justicia.
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La madre permanecía callada y con la mirada en un lugar indefinido del recinto, como alguien resuelto a que las cosas se solucionen, vamos, que salgan bien y evitaba el llanto aferrada al recuerdo de su pequeña, fallecida hacía tantos años y que siempre parecía haber ocurrido hacía poco tiempo, tan vivo permanecía el recuerdo de aquella criatura y su trágica agonía. Nunca se consoló de la pérdida, ni la llegada de Rita, ni tanta desgracia como había vivido en tiempo anterior a la guerra y durante la misma, a pesar de la protección de que habían disfrutado las dos, madre e hija, allá en Matalascañas, ya que la taberna fue requisada primero por los rojos y luego por los nacionales, éstos pagaban a su Antonio como cocinero y ponían soldados a su disposición en calidad de camareros y personal de recogida y limpieza.
Antonio esperaba una compensación, que los nacionales le habían prometido hacía ya tres años, pero que no terminaban de hacerle efectiva, él siempre fue neutral, de natural bondadoso y dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, en la medida de sus posibilidades, también influyó su condición de ferviente creyente y contar con papeles de afección al Movimiento Nacional que le había conseguido un familiar cercano a don Anselmo. Había pasado la noche en vela, en la taberna, cerrada a cal y canto, para no impedir conciliar el sueño a su querida esposa, y una de las decisiones tomadas había sido la de acudir al jefe de Falange para anunciarle la boda de su hija y la necesidad que tenía de cobrar la retribución prometida en 1939 a fin de celebrar una boda digna, el hecho de que el Demetrio fuera su bastardo, creyó el bueno de Antonio, facilitaría las cosas y, justo es decirlo, no se equivocó.
A pesar del frío y de la tarde que caía temprano, Demetrio y Rita, se paseaban, sin tocarse, ni tan siquiera mirarse, por la calleja trasera, que daba al campo y a un aprisco de cabras mal nutridas y huesudas, a pesar de lo cual daban leche de buena calidad, el cabrero les saludó al pasar, el Antonio era un buen cliente de su leche y de los quesos y pagador religioso.
- Me alegro de lo que hemos pasado, le dijo Rita, mirándole como de reojo, y él reaccionó rodeando su antebrazo izquierdo con la mano. Todo pasará en cuanto nos casemos, me lo ha asegurado mi madre que va a rezar mucho para que lo que venga sea una niña, si así lo quiere Dios, claro.
- Yo también me siento contento, respondió Demetrio, solo quiero pedir a tus padres que haga de padrino mi Tomasillo, el próximo mes cumplirá los 18, como pide la ley, significará mucho para él, ahora que ya vivirá solo, aunque no pasará un solo día sin que me pase a verle.
- Mi madre ya ha pensado que el chico trabaje para nosotros, quiere que yo abandone el trabajo y me dedique al hijo que llevo dentro; Tomasillo aprendería fácilmente, y podría sustituirme y aprender un oficio que siempre hará falta, recuerda que los rojos y los que ganaron también, utilizaron nuestra taberna y le sacaron gran rendimiento, que aún nadie nos ha recompensado, madre y yo no lo vivimos, bien cierto es que padre fue muy bien tratado por los dos bandos, que, como él nos decía, lo más importante en todas las guerras es disponer de médicos, curas y también cocineros.
Demetrio seguía agarrado al brazo de Rita, pero no osaba acercarse a ella, con mucha suavidad le hizo dar la vuelta, y era de noche cuando entraban de vuelta en la casa, de un salto, ya en el umbral, la abrazó y se despidió hasta el siguiente día, como le había ordenado Antonio, tenía necesidad de compartir aquello con su hermano. Ya en casa, sudando a pesar del frío, abrazó a Tomasillo y le contó lo sucedido; el muchacho no reaccionaba, pero al insistir en que trabajarían juntos, consiguió desbloquear su mente y que rompiera en llanto mientras le abrazaba más fuerte. Pensó que aquel no era el momento para hablar de su madre, y ella lo comprendería, por lo menos hasta conseguir la autorización para hacer de padrino a Tomás.
Cumplido el trámite de amonestaciones, el 10 de Marzo se celebró la boda; Rita vestía de largo un modelo de tela crepé, beis clarito, que disimulaba su incipiente embarazo, y que se excusó ante los familiares y amigos, con el argumento de que, después de la ceremonia y cortado a ras de rodilla, resultaría un vestido adecuado para todo tipo de celebraciones, explicación que se dio por buena sin mayor polémica, dado el cariño y respeto que todos en Quintanilla profesaban a los dueños de la taberna ‘Casa Antonia’ desde hacía muchos años.
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También a su hija Rita, modelo de bondad y sencillez para muchos en el pueblo. Don Anselmo regaló el dormitorio matrimonial con armario y el ajuar correspondiente, que incluía una estupenda alfombra usada, probablemente procedente de decomiso, todo ello, pero en muy buen estado. Antonio no puso buena cara pero prefirió no hacer comentario alguno, como le sugirió su esposa; el preboste tuvo el buen gusto de acercarse a la iglesia unos minutos y felicitar de corrido a la pareja de recién casados. Quiteria se reservó para mejor ocasión, ya que Tomasillo no conocía la verdad todavía, pero envió su regalo a través de Angelita, su consuegra, de alguna manera; era un aguamanil nuevo, no decomisado, con su jarro de flores con surco vertedero y asa muy grande, y la vasija ancha y poco profunda similar a una palangana, que gustó mucho a la pareja y a toda la familia. De la ropa del novio y de Tomasillo se encargó el propio Demetrio, que justificó unos ahorros como buenamente pudo.
La pareja salió para Toledo y Madrid en el autobús de línea, la maleta había sido el regalo del padrino, Tomasillo, con dinero que le dio Quiteria, que hasta le acompañó al guarnicionero, que hacía maletas rústicas, pero de gran calidad, ella se sentía muy nerviosa, pero acompañó al muchacho a por su regalo, ya que al sastre había acudido con Demetrio; se trataba de un vecino que le debía favores a don Anselmo, y acomodó un precio ajustado con tela de calidad para los dos trajes solicitados, era de Gorina de Barcelona, la utilizada para los uniformes de los oficiales del Ejército.
Llegaron a la pensión de Toledo ya de atardecida, allí les esperaba el matrimonio que les condujo a la mejor habitación y les recomendó que dieran un paseo por el casco viejo, antes de cenar, ambos estaban nerviosos y aquella familia era consciente de ello por lo que usaron de su experiencia en estos casos y trataron a la pareja como reyes, así era costumbre de actuar con sus inquilinos recién casados, y la cena fue exquisita, con pollo y almendras, además de ensalada con trozos de queso fresco y vino tinto de una bodega familiar, de paladar suave, aunque Rita lo mezcló con agua, porque se tomaba muy en serio su estado.
Ya en el dormitorio, limpio y decorado con unas sencillas flores encima de la cómoda, Demetrio advirtió que Rita se encontraba sumida en el desconcierto, sentada a los pies de la cama. Galante, Demetrio se acercó a su esposa y le preguntó por su gran agitación.
– Tengo miedo por la criatura, respondió ella, pienso si le podemos hacer daño. – El mozarrón, tranquilo, ayudó a su enamorada a desvestirse y se tumbó junto a ella, prometiendo no tocarla, añadió que le preguntaría a la buena posadera, parecía modelo de mujer buena y eficiente. Al amanecer, Demetrio, inquieto pero feliz, abandonó el tálamo y después de unas abluciones poco ruidosas, se abrigó y salió a pasear por los alrededores de la pensión.
Volvió al rato para desayunar junto a Rita, exquisitos manjares como corresponde a unos recién casados, explicó la patrona apoyando sus manos en los hombros de la pareja y recomendándoles una visita al ‘Cristo de la Vega’, el que inspiró a Zorrilla la obra: “A buen juez, mejor testigo”, basada en la leyenda de Diego Martínez e Inés de Vargas; la pareja mantuvo relaciones prematrimoniales e Inés exigió matrimonio a Diego para reponer su honor; Diego aceptó ante la imagen del Cristo, aunque más tarde rechazó la promesa; después de muchas vicisitudes y varios años desde aquella exigencia, Inés de Vargas solicitó que testificara el propio Cristo de la Vega; el juez aceptó y a la ermita se dirigió la comitiva, siendo así que el Cristo, suelto del clavo su brazo derecho, apoyó la demanda de la muchacha. El Cristo de la Vega era el Cristo de los hortelanos toledanos y la ermita se había construido fuera de las murallas, por lo que no era muy visitado por los forasteros que acudían a la ciudad imperial, la de las tres culturas. Allí, postrada a los pies del Nazareno, Rita, con los ojos arrasados en lágrimas y cogida de la mano de su hombre, hizo votos y promesas en la esperanza y en la ayuda del Cristo en su embarazo, pedía, desconsolada ya, que todo fuera bien.
Esta visita marcó la vida de la pareja, como podrán comprobar a lo largo de próximas décadas; forjó la vida de ambos, el Nazareno entró en sus vidas casi con la misma intensidad que el fruto, aquella vida alojada y protegida en el vientre de ella.