jueves, 12 de junio de 2025

"La Saga de La Encomienda" de Martín L Fernández-Armesto, 2015

 Lagun


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Demetrio se enteró por su madre de que estaban habilitando la parroquia y un convento para servir de prisiones, se esperaba una cuerda de ciento trece mujeres de cierta localidad que le llamaban el Toboso, la mención de la cuerda le recordó como iban los doce paseados amarrados unos con otros y la carnicería que se organizó, también le dijo que habían ordenado que se realizaran los fusilamientos en los propios cementerios, lo cual hizo entrever a Demetrio que ya no sería necesario, no dijo nada a su madre, que se manifestaba nerviosa, y pensó en hablarlo con Justino.

Era verano cuando empezaron a llegar presos foráneos, más mujeres que hombres, a Quintanilla, y para Navidad el pueblo retenía, sin juicio ni vista legal más de dos centenares de republicanos; fue pasada la fiesta de Navidad cuando comenzaron los fusilamientos, y Demetrio se decidió por hablar de su futuro con Justino. Lo buscó en su casa, y fue el propio anfitrión quien lo entró a empellones y gestos de enfado.

- ¿Cómo se te ocurre acercarte siquiera a mi casa? le preguntó el canalla aquél. – Estoy muy preocupado Justino, recuerda aquel pastor que nos vio cavando las dos fosas y no tenemos noticias de don Anselmo, fue mi madre quien me anunció los fusilamientos, y que los piquetes los componían soldados y guardias civiles de otros pueblos traídos en camiones cerrados con lonas y las vituallas y bebidas a bordo, como si estuvieran en el frente, pero ya no hay guerra, eso se sabe por todos. Al oír mencionar a la manceba de don Anselmo, Justo cambió de tono con el bastardo. – Tú no te preocupes, hay mucha gente a la que no pueden afusilar a la luz del día, quizás hablarían los guardias civiles que vienen cambiando de cuartel con mucha frecuencia. Nosotros somos necesarios, no vuelvas a mi casa, yo me pasaré por tu cabaña de cuando en vez. Justino deseaba secretamente a la madre de Demetrio, aquello venía de años, y la velaba en sucios sueños

Las mujeres presas en la parroquia salían de día a limpiar las casas de los ricos, donde a menudo eran vejadas y golpeadas por labradores que se habían hecho de la Falange y conseguido créditos y ayudas que les permitían mantener un elevado nivel de vida. Rita se lo había comentado a Demetrio, el cortejo de la pareja seguía adelante y Demetrio hacía trabajos esporádicos en la casa de comidas de su futuro suegro, y hasta consiguió que le prestara el carro y la mula para llegarse a Villanueva, para llevar varios sacos de harina, queso y aceite, aportación de don Anselmo a las monjas de la Gota de Leche que se ocupaban de su hermana, nacida dos años antes, y a la que aquellas monjas, informadas de que se trataba de la tercera bastarda del señor de Quintanilla, pusieron como condición que le diera su apellido, Monteancho, a lo cual se avino el potentado falangista; Demetrio y Tomasillo figuraban en el Registro Civil con el clásico Expósito con que se registraba a los hijos naturales. El tabernero prohibió a su hija que le acompañara, y Demetrio no podía contar todavía con la compañía de su hermano Tomasillo, pues no había mantenido con él la conversación que su madre le había pedido.

Rita y Demetrio habían estado juntos en la era de don Jerónimo, a quien el muchacho hacía trabajos y el viejo le dejaba la llave de la casilla; ya estaba toda la oliva recogida y lista para trasladar a la almazara de Corraleja; allí la muchacha, nerviosa, se dejaba palpar por el pretendiente, e incitaba al muchacho con su indecisión, notando como el miembro poderoso buscaba los rincones de aquella mujer de pocas curvas, mojada ya de hacía rato y expectante; para Rita era la primera vez, se atrevió a tocar el miembro y sintió una mezcla de miedo y deseo que le desconcertaba, también pensó que no cabría dentro de ella, pero lo deseaba.

Demetrio lo había hecho otras veces con las rameras que se acercaban al pueblo en ferias, ellas le cogían con la mano el miembro flácido y en un sube y baja apresurado lo endurecían para que el joven penetrara a la furcia que le había correspondido, que nunca era la mejor, o así lo consideraba él mismo.

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Era ya oscuro cuando abandonaron la era, Rita no escondía su inquietud por lo tarde que era y se aferraba al brazo de Demetrio, limpio y sosegado como nunca lo había sido, pensando en el futuro, como hacía siempre, pero acompañado de Rita, a quien, no obstante, nunca hablaba de su voluntad de dejar Quintanilla.

Justino tardó tres semanas en aparecer por su casa, aquel doble cuarto con el retrete adosado en el pequeño patio exterior, llegó nervioso y preocupado al ver el carro que estaba cargado de viandas y aceite hasta los topes, pensó que algo le daría el joven, para su propia casa. No fue así, Demetrio alegó que todo era de la propiedad de don Anselmo, que él mismo conduciría hasta un convento de monjas en Villanueva; como siempre, Justino se negó a traspasar el quicio de la puerta y le previno de que había que estar preparados para recibir una cuerda de rojos que no pasaría por el pelotón de fusilamiento, sino por sus manos, y las del propio falangista que ya conocían, que había caído en desgracia y reconvertido en matarife, bajo las instrucciones de Justino, quien dispuso para él de una escopeta de cazar liebres, armas consentidas para labradores, que así garantizaban su sustento en época de mala cosecha, había que conseguir un permiso de la Guardia Civil, pero muchas de ellas carecían de la correspondiente guía y habían sido abandonadas en casas de labriegos por maquis que se daban a la fuga de forma precipitada. Antes de marchar le dijo que utilizarían la fosa, medio llena de agua y fango, tal que una alberca de abrevadero.

A los fusilamientos de los maquis se les daba puntual publicidad, para escarnio de sus familiares, si bien es cierto es que los compañeros tomaban justicia, y ejecutaban a falangistas conocidos y en ocasiones a alguien de su familia. Demetrio se dio prisa en aparejar la caballería, Tomasillo le había preparado una bolsa con pan y tocino y hasta una frasca con anís, que el tiempo era ya muy frío, además de una raída manta, por si se echaba a dormir encima de los sacos de harina.

Entró en Villanueva antes de amanecer, un día después, como le habían ordenado, y se dirigió a la Gota de Leche; no podía preguntar por su pequeña hermana, Edelmira le habían puesto las monjas diablesas aquellas, que más representaban ser hijas del diablo que del Señor, aunque cumplían un papel importante en aquellos pueblos arruinados donde anidaban el odio y el rencor en medio de la pobreza. Demetrio, de desarrollada inteligencia, odiaba la religión desde sus recuerdos en el orfanato castellano, pero se cuidaba muy mucho de manifestarlo, ni tan siquiera a su hermano Tomasillo, que cada noche hacía sus oraciones de rodillas y acodado en el jergón que compartían los dos hermanos. Demetrio pensaba en cómo sería su hermana y se decía si su madre la echaría de menos. Él sabía que el apellido lo había conseguido su madre llorando a las monjas de Villanueva, Quiteria había apelado al futuro que esperaba a una mujer con el otro apellido, entre aquellos hombres ignorantes y descastados para siempre, le hizo un regalo para su sobrina, maestra en Villanueva y joven de buen ver, Anselmo no lo echaría en falta, aunque ella sabía que todavía la deseaba, y necesitaba dotar a la muchacha, guardaba lo que podía llevarse de la casa, mayormente ropa y joyas de procedencia ilícita, casi siempre de familias que intercedían por los que iban a ser paseados, en un sótano de su hermana Rosario que siempre se mantenía seco, y era de difícil acceso; todo era poco para Edelmira, que, en tan solo dos años, poseía una dote que muchas jóvenes adineradas de Quintanilla querrían para sí.

A finales de Junio de 1942 llegó la cuerda de aquellos funcionarios de diferentes ayuntamientos, los traían desde la prisión de Ocaña, tal y como había pensado Justino, donde se producían abundantes fusilamientos, a pleno día y en los patios de la tétrica prisión que tanta mala fama ha venido dando al pueblo de su nombre, la fosa se encontraba ya impracticable y se utilizaba por algunos jóvenes para bañarse en el buen tiempo, por lo que hubo que cavar otra más alejada; Justino echó mano del falangista y del Negro, don Anselmo pagó bien, pero aquel canalla redujo la soldada a la mitad, 300 pesetas por la obra de excavación y las ejecuciones, que se llevaron a cabo el día 7 de Julio, día de San Fermín para los navarros, mató a tres de aquellos desgraciados y fue el que más trabajó en el cierre de la fosa.

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Le pagaba su madre, como siempre, y recibió las 600 pesetas y una flamante bicicleta, requisada de algún pueblo cercano, tenía frenos de cable y luz delante y atrás, además de buenos guardabarros, podría llegar limpio a la taberna de su suegro, donde ya faenaba a diario, después de festejar y abrazar sin parar a su madre, le pidió permiso para visitar a Rita, sin hablarle del dinero, que escondió antes de despedir a su madre.

Demetrio había pasado a considerar un trabajo su labor de asesino, convencido de que la Justicia se hacía de mala manera debido a la situación de España, que todo cambiaría cuando hubiese trabajo para todos, y jueces en todos los pueblos, y se construirían cárceles y también escuelas mejor acondicionadas. Todo esto pensaba el joven canalla mientras pedaleaba hacia Casa Antonia la taberna del padre de su Rita, le diría que la bici era un regalo de su tía Rosario, ya que para ella era huérfano por causa de la guerra, siendo así que los padres de la moza conocían quienes eran sus progenitores, como el resto del pueblo; Rita había pasado la guerra en Matalascañas, en casa de unos familiares, y no se relacionaba socialmente en Quintanilla, por lo que desconocía la vida y antecedentes de Demetrio, para ella un huérfano.

Le esperaba una desagradable sorpresa, y tampoco le dio tiempo a bajarse de la bici, tal fue el empujón que le propinó su jefe y futuro suegro, dio con su cuerpo en tierra, y rabioso se preocupó de la bicicleta, de que no hubiera sufrido daños, no del empellón de aquel hombre furioso, que le ordenó a gritos que entrara en la casa, pegada a la taberna pero separada por un patio de luces amplio que se utilizaba de almacén.

- Demetrio, nuestra Rita está preñada, la madre se mantenía con el busto erguido, muy pegada a su marido, ¿qué tienes que decir a esta familia que te dio trabajo, bastardo?

El joven tardó en reaccionar, en aquel ambiente de violencia verbal y de insultos, él se encontraba feliz, solo quería ver a su querida Rita y abrazarla muy fuerte, saber, sobre todo, si ella también se enfadaría y le llamaría bastardo.

- No me llame usted bastardo, yo y mi hermano somos huérfanos por la guerra civil y así tiene que ser para su familia, se lo pido en nombre de esa criatura que vendrá, que seré su padre si Rita así lo conviene o manifiesta. Toda culpa y responsabilidad es mía y no de su hija.

- No menciones el nombre de mi hija y recoge tus cosas, tú no eres de esta casa y te pagaré lo que te debemos, pero ya te enviaré un propio, y no vuelvas a ver a nuestra hija.

Angelita, la madre, permanecía callada, con ojos hinchados del llanto y las manos recogidas en el regazo, su rostro reflejaba rabia, pero también miedo, atenta a las amenazas que profería su Antonio contra el muchacho, que reaccionaba con respeto hacia su marido, aún defendiendo su falsa orfandad con cierta firmeza y dignidad.

- Angelita, trae las cosas de este hombre, pidió Antonio con voz más que balbuceante a su esposa, y tú – dirigiéndose a Demetrio – espérate fuera, y enmudeció de golpe.

El saco debía estar preparado ya porque al poco salió de la taberna una criada joven y le entregó en su mano el pequeño hato con sus pertenencias; ya había revisado la bicicleta que solo tenía un raspado en el guardabarros trasero, junto a la parrilla, donde amarró el saco de arpillera como pudo y dio espalda a la taberna, pensando en volver, lo hablaría con su madre.

Era ya de noche cuando llamaron a la puerta, era la criadita del tabernero, asustada por vérselas con los dos muchachos que eran de mala fama en el pueblo, solo por su origen de incluseros, nadie sabía en 1942 que allí moraba uno de los más sucios sicarios del poderío nacional en Quintanilla, claro que ya empezaban las sospechas, que eran de inmediato acalladas, porque en el pueblo se organizaban verdaderas cacerías, aunque no se tratara de animales sino de seres humanos, al ser cabeza de partido muchos habitantes de la comarca acudían en busca de información sobre sus familiares desaparecidos, siendo detenidos en la mayoría de los casos, salvo que lo hicieran en compañía de algún párroco del contorno.