José Luis de Vilallonga, un 'bon vivant'. (Fotografía de Carmelo Lattassa) |
Capitulo 4
BANIF, una historia de amor y odio
En corral ajeno
Contemplar el desarrollo de los acontecimientos desde sede barcelonesa, me hizo perder el cafelito de media mañana en la calle Serrano pero, en compensación, me facilitó la perspectiva adecuada para poder analizar los acontecimientos con el suficiente distanciamiento y la necesaria serenidad de espíritu. Vivir en Barcelona siempre fue para mí, además de un requisito de identificación personal, el espacio donde mis biorritmos alcanzaron pleno rendimiento. Por ello, rechacé reiteradas propuestas de traslado a Madrid. No creo que influyera la opinión de un campechano cliente y futuro biógrafo real, José Luis de Vilallonga, que pese a ser tan solo marqués superaba en nobleza al mismísimo duque de Lugo y ya no digamos al de Palma: «¿Vivir en Madrid? ¡Estás loco!, aquello es un poblacho manchego lleno de gente de pueblo. ¡Una capital europea de la cultura con cinco teatros! ¡Qué diferencia con Barcelona! Los catalanes tenemos una frontera con Francia y los madrileños con Navalcarnero; eso con el tiempo se paga».